«La geoestrategia de la bombilla», Wittgenstein, las nucleares y Alfredo García.

Conversando en la presentación de “La geostrategia de la bombilla” (Península, 2022) en Móra la Nova, con su autor, mi buen amigo Alfredo García, hombre de una sensatez inusual en tiempos de pasiones catacaldos y cólera indocumentada, me convencía de aquello que Ludwig Wittgenstein suscribe en su último punto, el 7, del Tractatus (esta obra que a menudo se cita en el bosque de los letrados con ínfulas de ciencia porque viste culturalmente, pero que pocos se han molestado en leer y todavía menos en comprender) y que reza: “De lo que no se puede hablar mejor callar”.

Este aforismo de Wittgenstein no va para Alfredo, sino para todos aquellos que tienen la insana costumbre de meter cuchara cuando no se tienen fundamentos de aquello de lo que se habla. A esto ha ayudado mucho este sinfín de comentaristas generalistas que opinan sobre todo (desde el rey emérito hasta el helio del sol) y las redes sociales en su uso más epidérmico y banal.

Explicaba Alfredo con buen tiento y la autoridad del que realmente conoce y se ha documentado, que en España el cierre de las centrales Nucleares tenía un motivo principal: “ser antinuclear ha estado dando votos”. Aun cuando comisiones de expertos científicos habían acordado lo contrario y suscribían un informe del Joint Research Center en el 2021 que afirmaba que la energía nuclear cumplía con los objetivos del Pacto Verde del 2019,  en España se ha seguido vistiendo los harapos del antinuclearismo más por aquella vieja consigna de nostalgia hippie que por los informes de los científicos.

No deja de ser curioso que los dos grandes países antinucleares de Europa sean Alemania y España. Aunque por motivos bien distintos. Lo explicaba Alfredo en el crepúsculo de la charla. Y como en toda conspiración, en la energética, también el dinero es casi siempre el responsable. Alemania, merced a su ex canciller Gehrard Schroeder, apostó por el gas de Rusia y las multimillonarias inversiones del viaducto Nord Stream I y II que dotaban de gas a Europa y en especial a Alemania. El señor Schroeder, amigo íntimo de Vladimir Putin, ha ocupado cargos de relevancia en las sociedades de accionistas que han gestionado el proyecto. Huelga decir que si utilizamos el gas como combustible energético principal mejor no dejar meter las narices a la energía Nuclear o peligra el negocio.

El caso de España no tiene este componente oneroso, al menos a vista de topo. Es una mera cuestión política de arraigo antinuclear en el progresismo. Votos. Y con los votos poder. Ahí también hay dinero.

Escuchar y callar cuando no se puede hablar de ello, debería enseñarse en las escuelas y hacer frente así a los señores de la doxa que campean por doquier y sin pudor contaminando los cerebros.

Empecé citando al bueno y raro de Ludwig y cierro con él. Antes, no obstante, recomendando encarecidamente el ensayo del amigo Alfredo García, “La geoestrategia de la bombilla” que os abrirá muchas puertas cerradas alrededor del circuito e intereses de la energía en el mundo. Y ahora sí, vuelvo a Ludwig. Cuando publicó el Tractatus nadie lo entendió. Ni siquiera Bertrand Russell, el prologuista, su estimado profesor en Cambridge. A pesar de ello, ante tal reto, muchos osaron decir barbaridades sobre este libro que todavía hoy suscita interpretaciones. Tres años antes de su publicación, las galeradas le fueron enviadas al mejor lógico y matemático alemán del momento, Gottlob Frege. Gottlob fue honesto y le escribió a Ludwig: “ya ves, desde el principio mismo me veo en la duda acerca de que es lo que quieres decir y no logro avanzar con ello”. Como mínimo, el genio alemán había entendido que mejor callar ante lo que no puedes hablar porque no lo entiendes. Honestidad intelectual. Sensatez.

Groucho Marx con su ironía finísima lo clavaba en una de sus frases con aroma de habano: “es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”. Por cierto, esta frase me la recordó Alfredo durante la cena posterior, en la sobremesa.

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